La película de Stanley Kubrick cuenta la historia de Spartacus, un esclavo e hijo de esclavos, que llega a ser entrenado y vivir en un centro de entrenamiento de gladiadores en Italia en los tiempos del gran imperio romano. El imperio romano funciona encima de los hombros de los esclavos, que trabajan sin salario y significan riqueza y lujo para sus amos. Los esclavos son tratados como mercancía, no como humanos, y sirven, además, como entretenimiento para los ricos que los dejan pelear hasta la muerte para su diversión.
Cuando, entonces, los gladiadores se rebelan contra sus amos, el entero sistema del imperio romano corre peligro de derrumbarse. Spartacus es el líder del todavía pequeño ejército de gladiadores, que recorre Italia liberando a todos los esclavos que encuentran. Su sueño es liberar a todos los esclavos y liderarlos a sus tierras hogares, de donde han sido llevados a la fuerza.
En contra de la liberación de los explotados se levanta el senado de Roma que teme perder sus beneficios y manda a varios ejércitos contra Spartacus y finalmente los derroca en un baño de sangre.
Spartacus es un ejemplo y una inspiración en la liberación de los oprimidos. Es el líder de un pueblo entero explotado que por fin encuentra la fuerza a levantarse contra la opresión. Es espantoso cuánto tiene en común el sistema esclavista romano, cuyo senado forma la cuna de la supuesta democracia actual, con la forma cómo está organizado el mundo capitalista actual, en donde una élite pequeña se enriquece mediante la explotación de los trabajadores y vive en lujo por el esfuerzo de otros que viven pobreza.
Spartacus ha sido un revolucionario como el Ché y Fidel, como Lenin y Trotsky; un hombre que lidera un pueblo en contra de su opresión.
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